Porque esa fue la motivación que tuvo Montaigne, su pionero, para crear el género del ensayo: volver a pensar, sacar al pensamiento de su época del anquilosamiento, liberarlo de trabas, lugares comunes y prejuicios:
Los hombres reciben sus opiniones de las creencias del pasado, sin más base que la autoridad y la confianza, como si de religión o de legislatura se tratara. Reciben dócilmente, y regurgitan a su vez, trajinados galimatías de lugares comunes, como si se tratase de doctrina firme y sólida, de verdades impermeables a cualquier alteración o cuestionamiento. Por el contrario, cada cual se esmera, recurriendo a todos sus talentos y con gran aparato de argumentos y de pruebas, en ir corroborando y fortificando aquellas nociones adquiridas, sirviéndose para ello de todo el poder de raciocinio a sus alcances. Porque la razón es un utensilio flexible, maleable y acomodaticio a toda forma. Así es como el mundo se llena de mentiras e insulseces.» (Montaigne, Ensayos II, 12)
Corría la segunda mitad del siglo XVI, sanguinarias guerras coloniales y de religión asolaban el mundo. Un pensamiento nuevo, crítico, racional y secularizado venía germinando en Europa, y exigía renovadas formas capaces de exprimirle todo su potencial. Genios de la talla de Rabelais y de Shakespeare revolucionaron la narrativa y el drama respectivamente, y de qué manera, para labrarle allí esas nuevas formas.
Con esa misma motivación fue que creó Montaigne el género del ensayo: «ensayar» volver a pensar. Natural es que si vamos a heredarlo, lo heredemos con motivación y todo. Por lo demás nuestros tiempos no se desasemejan tanto de aquellos supuestamente pretéritos tiempos. Si acaso, se han vuelto aún más sanguinarios. Sobre todo – hay que decirlo – nuestro meridional pedazo de tierra vive ahora tan maniatado por ideas recibidas, lugares comunes y ticks del pensamiento, tan colmado de «galimatías, mentiras e insulceses», como aquél septentrional mundo de entonces que Montaigne saliera a despercudir. O peor.
Peor, ahora estamos peor. Porque además en nuestro mundo de ahora ha cobrado total supremacía una tendencia histórica que la premonitoria ironía de Montaigne capturara al apenas despuntar. La propia razón humana se ha visto domesticada y reducida al nivel de maleable utensilio dedicado a apuntalar las ideas recibidas y los lugares comunes, en fin: a razonar para no pensar. Qué paradojal destino el de aquella luminosa cumbre de las capacidades humanas; haber sido de tal modo parasitada, necrotizada, por este mal endémico de nuestros tiempos que Max Weber, trescientos años después de Montaigne, diagnotiscara como: «Razón instrumental».
Por todo aquello es que estimo oportuno, en este tiempo y lugar, poner uno que otro granito de arena en pro de devolverle al género del ensayo ¡algo siquiera! de la dignidad motivacional que le confiriera su creador: «ensayar» volver a pensar.
Y si los míos hallan su forma en el «microensayo» (me he dado un límite intransgredible: mantenerme siempre por debajo de las mil palabras) y no en el ensayo de cuerpo entero, es por mantener un sentido de las proporciones. Hay que saber guardar las distancias entre los colosales macromundos del pensamiento erigidos por Montaigne y otros creadores afines de su tiempo, tan evidentes en las letras de entonces, y los microscópicos micromundos pensantes apenas discernibles en las letras y debates de hoy.
©Enzo Cozzi - derechos reservados. Microensayo registrado en SafeCreative el domingo 29 de noviembre de 2015, 23:37