No sólo leo y escribo, cavilo, repienso y vuelvo a pensar. También viajo y enseño. He viajado y enseñado la mayor parte de mi vida. Desde siempre armo mis viajes y mis clases de la misma manera: como mecanismos de desaprendizaje y de repensamiento. Cualesquiera sean el destino del viaje o el tópico de la lección, por unos y otros ha de correr siempre, como vertiente subterránea, el motivo que me apasiona: pensar de nuevo, desaprender. Para mí, para otros, en solitario o en compañía.
Si aquello no ocurre, si el tácito torrente se estanca o se seca, el viaje o lección pierden para mí su valor, interés y sustancia. Como «viajero pensante» me ha catalogado generosamente Gabriel Bunster, y no me desacomoda el elogio, pero más feliz aún me haría si me llamara «viajero repensante», «pensador de nuevo» o «desaprendedor».
Andando recién de viaje por la ex-Indochina francesa he tenido una inspiración desaprendedora, repensadora, o más de una. Una serie de ellas.
Cambodia también puso de su parte (Angkor Wat, Angkor Thom, etc. no son de este mundo, o del mundo tal como yo creía que era hasta que me adentré por esas junglas y templos), pero la epifanía de inspiraciones me sobrevino sobre todo en Vietnam. Fue en esas tierras donde mi paladar no tuvo otra, el pobre incauto, que desaprender de un zuácate una buena parte de su jerarquía de los sabores, bajo el opio embriagador de una de las cocinas más exquisitas y de los cafés más sabrosos que he probado.
Fue allí también donde mi memoria tuvo que hacer otro tanto, zamarreada por las experiencias de mi paso por Danang y por Hué, por Hanoi y Saigón. Debió salir a desaprender – y eso a marchas forzadas – momentos formativos (¿qué momento de la vida no lo será?) de mi vida vividos bajo el magnetismo de la guerra vietnamita contra el invasor occidental.
(Como cuando, paseando distraídamente por el terminal en el aeropuerto de Ho Chih Minh (Saigón), me encontré de improviso en el entorno donde ocurre una de las últimas escenas de la sobrecogedora novela El dolor de la guerra de Bao Ninh. De un instante a otro caí en la cuenta de que allí donde hoy veía a viajeros retozantes de vida, y a mí mismo entre ellos, hace cuarenta años se veía, por todos lados, un caótico desparramo de muertos, extremidades y entrañas. Y entremedio del desparramo, un pulular de soldados liberadores, borrachos de triunfo, sobrevivencia (ni ellos mismos se la creían, haber sobrevivido hasta el fin de la guerra), saqueo y alcohol.
Esa fue la noche tras la liberación de Saigón. La misma noche en la que nosotros, por entonces presos políticos en Melinka (Puchuncaví), recibiéramos una salvaje paliza colectiva por parte de los infantes de marina, como escarmiento por la provocación de haber festejado abiertamente durante el día anterior el triunfo del David vietnamita sobre el poder de fuego más arrasador que haya jamás barrido al planeta.)
Los exquisitos efluvios de aquella cocina y aquél café, mezclándose con girones de literatura y de recuerdos, vinieron a envolverme en esas repentinas atmósferas de lucidez que el volver a pensar a veces horada en las costras de la memoria. Y tuve entonces la inspiración de compartir con otros, en parecidas atmósferas de literatura y café, y de manera algo más metódica que aquella ofrecida por el azar de conversaciones con amigos, mis deleites en el desaprender. ¿Y qué entorno más apropiado para conducir repensatorios que los variados cafés independientes que han ido poblando mi barrio y mi ciudad, como invitándonos a variar e independizar el pensamiento?
Y así nació esta idea de mis cafés repensatorios. La idea es convocar a grupos pequeños de repensadores (no más de dos o tres), a compartir conmigo 90 minutos en una atmósfera imbuída de embrujador café vietnamita, literatura y repensamiento. La duración de un partido de fútbol. Todo posible desaprendizaje se decide allí, sin penales ni descuentos. El café vietnamita para los repensatorios lo pongo yo (estoy despachándolo a Chile desde el propio Vietnam), y cada repensador asistente sólo debe pagarle su propio consumo al local del café donde convoque.
También puedo facilitarle cafés repensatorios a instituciones, empresas, escuelas, universidades, etc. He hecho algo parecido por años, que es conducir talleres y seminarios, sobre todo en mi docencia universitaria, sólo que nunca hasta ahora con el objetivo declarado de volver a pensar y desaprender. Lo he hecho bajo distintos programas y tópicos (teatro, pedagogía, interculturalidad, pensamiento chino, teoría crítica, etc…), y con el desaprender operando como objetivo secreto o carta bajo la manga. También puedo atender a grupos auto-convocados, por unos días o unas semanas, con el mismo objetivo desaprendedor y el mismo ensamblaje de cafés vietnamitas, literatura e historia como detonantes.