«Yo no soy lo que soy» (Otelo, 1, 1, 65) concluye Yago, apenas comenzando la acción de Otelo, tras haber explicado que exteriorizar aquello que yace en el corazón equivale a llevar el corazón prendido de la manga para picoteo de los cuervos.
La notable imagen y su conclusión pueden leerse como una apología del fingir, del disimulo y del embuste, y sin duda que lo son. Shakespeare propone con Yago una soberbia anatomía del embuste y una brutal demostración del poder homicida de la mentira. Pero, como siempre con Shakespeare, hay algo más allí. Y es en esos algo más donde yace en parte su grandeza.
Yago no dice «Yo no soy quien soy». Dice «Yo no soy lo que soy». Si se hubiera limitado a lo primero se habría autorretratado como un buen disimulador y nada más. Al decir lo segundo manifiesta una repugnancia al ser como categoría. Una aversión a ser. Una pulsión por no ser nada fijo ni estable, sino pura potencialidad, puro magma primordial.
Esto le sucede porque su existencia se da en el intersticio entre dos mundos. Un mundo en retirada y otro en gestación, donde él está llamado a servir de partero y gestador: «Hay muchos eventos en el útero del tiempo que habrá que hacer parir»; y luego: «Ya lo tengo, está engendrado. El infierno y la noche han de traer a esta monstruosa parturición a la luz del mundo.»
¿Cuál será esa monstruosa parturición? Un nuevo mundo de individualismo a ultranza, pertrechado por la razón instrumental, que imponen un corazón al servicio exclusivo de sí mismo, donde cualquier sentimiento amoroso es objeto de ridículo y desdén. Yago es explícito acerca de esto al comenzar la obra. Sostiene que lo que se suele llamar «amor» no es más que un injerto externo al corazón, y sobre todo a la razón. Cosa que sale a demostrar a expensas del pobre Otelo, quien, desprovisto de la razón instrumental, no dispondrá de defensa capaz de repeler el asalto dirigido a romperle el corazón.
Es aquel proyecto de un mundo nuevo lo que hace a Yago renegar del ser, porque aquello que ya es algo, no podrá ser otra cosa después. Yago no es, va a ser. Será el modelo o prototipo de un nuevo pricipio de identidad, afincado no ya en el rango ni en la gradación, ni menos aún en los afectos y las pasiones, sino en el metódico, racional e implacable cultivo del propio interés. Y dónde el emblema inconfundible de aquél cultivo es el hacer dinero. «Put money in thy purse» («Llena tu billetera»), es algo que no se cansa de repetir Yago, una y otra vez, al comienzo de la acción.
Aquél es el modelo de identidad que predomina hoy en nuestro mundo. Yago salió triunfante y, junto con destruir el corazón de Otelo, mandó todo el mundo anterior a él a la hecatombe.
Lo que es yo, también, toda mi vida, he soñado mi existencia en la brecha entre dos mundos. El otrora nuevo mundo de Yago, que ahora ya lo sueño senil y en retirada, y un juvenil nuevo mundo, con otro paradigma de identidad, donde el corazón sea más puro y menos regido por el auto interés, el dinero y la razón instrumental.
Por eso es que hago mía aquí la declaración de Yago, con toda su repulsión a ser. La hago mía, eso sí, para usarla en contra suya («conoce a tu enemigo»). No quiero ser lo que soy. Ha corrido demasiado Yago por nuestras venas. Sería bueno desembarazarnos de él.
©Enzo Cozzi - derechos reservados. Microensayo registrado en SafeCreative el lunes 18 de enero de 2016, 12:30