Platón murió con un volumen de Aristófanes, el famoso dramaturgo cómico griego contemporáneo suyo y de Sócrates, debajo de la almohada. Sorprendente, Platón muriendo así. ¿Y si se hubiera muerto de la risa? Eso es menos tirado de las mechas de lo que suena. Platón fué un filósofo (rara cosa aquella) que reía mientras filosofaba. Hay en él una relación estrecha entre risa y filosofía, y sus retratos filosóficos de Sócrates lo pintan chispeante y bueno para la talla.
Por otro lado aquél gesto paradojal de no dejarnos de su propia mano una obra póstuma, sino una póstuma lectura de mano del humorista, no fue ni su único ni su mayor homenaje al temible satirista político. Le dedicó ese y otros dos más por lo menos. Como ponerlo de co-protagonista en su diálogo El banquete, donde lo hace declamar una hilarante versión del origen de la diversidad de preferencias sexuales humanas. Y el mayor homenaje lo hallamos en el libro 5 de La República, dónde Platón propone – por boca de Sócrates – una de sus más radicales provocaciones: la igualdad educacional, política y sexual de la mujer para la «ciudad» perfecta que está imaginando.
¿Por qué es eso un homenaje? Porque aquella (para su tiempo) loquísima idea ya había sido puesta en circulación, como quince años antes de la publicación de La República, por Aristófanes en su comedia: La asamblea de las mujeres.
Se ha gastado mucha tinta en aquél notable paralelo. Han pelado cable generaciones de comentaristas tratando de explicarse, estupefactos, que el elevadísimo Platón pudiera haber copiado a un humorista que no era averso ni a la risa más vulgar. Se ha dicho que de haber alguno copiado al otro, el culpable sólo podría haber sido el cómico, por lo tanto Platón tiene que haber hecho circular su obra máxima en manuscrito décadas antes de publicarla…
Hay dos puntos ciegos en esa racionalización.
El primero es que Platón le atribuye la autoría de esas ideas a Sócrates, quien murió en el 399 antes de nuestra era, mientras La asamblea de las mujeres es del 397. Es decir, Platón sitúa a su maestro, y no a sí mismo, como habiéndose anticipado a Aristófanes. Y Sócrates, desde luego, era más que capaz de haber salido primero que nadie con tamaña provocación.
El segundo es que la provocación (socrática) platónica en La República es un inevitable corolario de su proyecto de una sociedad enteramente justa. La necesaria paridad de la mujer con el hombre en una supuesta sociedad libre de toda injusticia, se desprende con fatal coherencia de todo lo argumentado hasta ese momento. Llegada la reflexión a ese punto, no queda otra que dar ese paso, o dejar la cosa hasta allí y el proyecto truncado. ¿Se iba a amilanar Platón por el hecho de saber que al tema aquél ya le había clavado antes su bandera Aristófanes?
Todo lo contrario. El humorista en su comedia les había peinado a todos una aviesa pelota y el filósofo coge el guante y va y se la revienta en La República con una volea socrática imparable. Aprovechando de paso de timbrarla con palabras claves del satirista, al mismo tiempo que hace a Sócrates expresar aprensión – antes de dar el raquetazo – de ser agarrado para el tandeo por tan aventurada idea. Se las arregla dramáticamente así Platón para que «su lado» aparezca prefigurando de varios modos la jugada aristófanica. Qué golpe maestro. «La historia suele repetirse como farsa» nos dice Marx a propósito de la coronación del segundo Bonaparte. El texto platónico es la excepción que confirma la regla. Allí por única vez la farsa se repitió – o mejor dicho se inauguró – como historia, la historia de buena parte del pensamiento occidental.
Si La República puede ser considerada entre los mejores experimentos mentales jamás imaginados, ello lo debe a su extraordinaria fecundidad postrera. Los experimentos mentales suelen salir a poner a prueba una sola idea, como aquella de si acaso una creencia verdadera y bien fundada constituye conocimiento, del experimento mental de Gettier que cito en el primer ensayo de esta serie. O la idea de si acaso el pensamiento constituye prueba de la existencia, del experimento mental del «Genio maligno» de Descartes (Meditaciones, 1ª, pág. 11).
Pero haber salido con tu experimento no sólo a poner a prueba el macrocosmos casi entero del pensamiento de tu tiempo, sino también a inaugurar tiempos claves del pensamiento por venir, es algo irrepetible. Porque La República instala en la historia del pensamiento una multitud de acertijos que hasta el día de hoy aún están por resolver. ¿Qué tan real es la realidad? ¿Es posible ser próspero y a la vez justo? ¿Cómo educar sin torcer ni emascular? ¿Qué tan bien se llevan el arte y la poesía con la verdad? ¿Eso de la democracia podrá de verdad existir, o será una entelequia siempre sometida a las veleidosas diosas Peito (el discurso seductor y persuasivo de los demagogos) y Feme (el rumor, la calumnia y el culto a la celebridad)? Y en medio de tal aglomeración de provocaciones, hallamos también aquella de la igualdad de género… Si acaso esa la propuso primero la dupla Sócrates/Platón – los filósofos humoristas – o Aristófanes – el humorista dramaturgo – es una pregunta que se persigue la cola. ¿Qué más da? Una interrogante más fecunda es preguntarse qué es lo que lleva a tal estrecha contigüidad de risa y filosofía en esos tres.
Una posible respuesta podría estar en otra obra, temprana, de Aristófanes: Las Nubes. Allí figura Sócrates presidiendo un «Pensatorio», donde enseña a pensar desde un canasto colgado entre un coro de «nubes» (¡qué imagen, ah!). La obra ridiculiza a Sócrates sin clemencia, y sin escatimar el típico humor aristofánico de WC. Sin embargo, la risa vulgar y el ridículo son de rigor en la comedia griega temprana. Lo novedoso aquí es que al darle el protagonismo de su obra (poniéndolo «por las nubes»), Aristófanes arranca a Sócrates del vasto friso de potentes intelectuales que habitaban la Atenas de su tiempo, para realzarlo en un primer plano fulgurante, contribuyendo así no poco a su celebridad y transfiriendo de allí en adelante el protagonismo público a sus ideas. 1 (Por ejemplo: Jenofonte, en sus memorias de Sócrates, cuenta que éste le hizo una venia al público desde las graderías al final de la primera función de Las Nubes).
¿Y si Platón, conociendo bien Las Nubes de Aristófanes y el rico potencial que tenía el personaje del canasto, hubiera decidido aprovechar su iconoclasta celebridad para darle el protagonismo de sus obras, y sellar así definitivamente un fecundo matrimonio entre risa y filosofía? ¿Qué mejor razón, entonces, tras el éxito resonante de su filosofía y de su protagonista, para haberse muerto de la risa con un volumen de Aristófanes debajo de la almohada?
©Enzo Cozzi - derechos reservados. Microensayo registrado en SafeCreative el domingo 22 de octubre de 2017, 15:49
Deja una respuesta