Cual tenaz guardaespaldas o amante celoso, Tai Yin sigue al sol en sus rondas cotidianas sin apartarse de él ni por un instante. Va repartiendo desde allí, como al desgaire, todo tipo de horas: malas o buenas, mejores o peores, intrascendentes o decisivas. Cada vez que alguien exclama, como su lugarteniente Alvar Fáñez de Minaya al Cid Campeador:
“¡El que en buena hora nació!”
O cuando alguien escribe, como Winston Churchill en sus memorias, acerca de una Alemania que arrasaba por Europa y le daba duro desde el aire a su país:
“Su hora mejor.”
O cuando un Macbeth sumido en su sanguinolenta desesperación delira:
“¡A esta perniciosa hora hay que marcarla como maldita en el calendario..!”
En todos esos casos, para los antiguos chinos siempre es Tai Yin quien está detrás de tales horas, ya vengan aciagas o felices. Tai Yin porta en su alforja el reloj y el calendario del destino en China.
Como ya he insinuado, en las noches más penumbrosas de todas – cómo no – se viste Tai yin de una suerte de Pierrot, el famoso bufón de la Comedia del Arte que se enamorara perdidamente de la Luna. Aprovecha entonces su manto de invisibilidad para irse a cortejar al astro de la femineidad en sus momentos más oscuros. Como un rutinario Romeo, se cuela en la recámara de su Julieta cada Luna nueva. Y la va dejando encinta entonces con los destinos de cada mes, que le van hinchando la panza cada día un poquito más.
Al mismo tiempo se da maña Tai Yin para cabalgar a horcajadas de una hermosa constelación llamada 北斗 – Bei Dou: ‘El cucharón del norte’. Situada en la Osa Mayor e invisible desde el hemisferio sur, esa es la constelación que en China marca el compás de las estaciones. Desde allí Tai yin distribuye fortunas estacionales, tales como buenas o malas siembras y mejores o peores cosechas.
Cuando el refrán alecciona: “Quién siembra vientos cosecha tempestades” o cuando Ricardo III, en la primera línea de la obra que Shakespeare le dedicara, exclama: “Ahora el invierno de nuestro descontento se ha vuelto glorioso verano gracias este hijo de York”, no hay otra figura que la de Tai Yin allí detrás, riéndose a horcajadas de Bei Dou.
Tai Yin también oficia de ‘doble’ de los cinco planetas visibles a simple vista: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Esos son los astros caprichosos que no están fijos en el firmamento, sino que deambulan por él con envidiable abandono. En China se llaman: 行星-xing xing o 惑星-huo xing: “Estrellas errantes o embusteras”. Eso los hace buenos emblemas del destino. En sus correrías Tai yin nos va dejando por aquí y por allá encargos de cada uno de ellos, con lo que va decidiendo las distintas suertes de los días.
Tai Yin se da tiempo también para acompañar al planeta Júpiter en sus largos circuitos de doce años por el firmamento. Mas lo acompaña burlándolo y remedando al revés cada movimiento suyo. Y en dicho carrusel entre sombrío y festivo va marcando los destinos de los años. A ese Tai Yin vestido de bufón de Júpiter la tradición china lo llama 太嵗Tai sui: “Supremacía del año”.
La mayor conquista de Tai Yin, su principal trofeo amatorio, lo logra cada 20 años. Entonces, aprovechando las conjunciones de Júpiter con Saturno, se cuela en el lecho de la madre Tierra y la deja encinta con todas las suertes de todo retoño terrestre: ese es el destino de las eras.
Así es como Tai Yin entrelaza distintas cadencias naturales, desde horas, días y meses hasta estaciones, años y décadas, para ir con todas ellas urdiendo el destino en China, en un tapiz inmenso y multicolor, haciéndolo germinar, crecer, madurar, decaer y marchitarse, a distintos ritmos y pulsos sobre la Tierra, y dentro de ella también.
©Enzo Cozzi - derechos reservados. Microensayo registrado en SafeCreative el viernes 13 de noviembre de 2015, 10:32