Propongo aquí un ejemplo de cómo podría aproximarse un pensamiento como el tradicional chino a pensar desde la semántica de naturaleza los eventos a nuestro alrededor. Daré así una idea de cómo apoyarse en el cosmos semántico para pensar más latamente, pensar a extramuros o extramurar el pensamiento, para sacarlo de sus confines.
Parto y termino a la manera de las Primaveras y Otoños (mira este microsensayo), localizando estratégicamente los eventos en la posición que ocupan dentro de la cadencia natural de las estaciones del año, accesando así los significados propios que aquella cadencia les contribuye.
Marzo de 2015, mes del equinoccio de otoño, es en Chile el mes de los comienzos de todo. Pero no comenzó nada de bien. Y terminó del mismo modo. Mal comienzo de todo. Aluviones en la zona más seca del país enlodaron de manera inmisericorde a aldeas y ciudades, haciendo de irónico contrapunto a los turbios lodazales de partnerships entre dinero y política que empezaron a salir a luz en la metrópolis. Todos conocemos el simbolismo del lodo.
Por su parte el volcán llamado ‘Villarica’ empezó a carraspear, como advirtiendo de algo que se venía. ¿Tal vez advirtiera de inminentes incendios que estallarían en la región más húmeda, esquilando a las montañas de sus araucarias de 2.000 años de vida en la reserva de la biosfera llamada ‘La China Muerta’? Pensar que fue un chino, Mencio, nacido por la misma época de aquellas araucarias, quien primero denunciara que muchas villas se hacen ricas a costa de las montañas y bosques:
“¡Qué bellos fueron alguna vez los árboles de la montaña Niu! Pero los derribaron a punta de hachas y podaderas. ¿Qué quedó de su belleza?” (Libro de Mencio, 6, 1, 8)
¿Y qué querrían decir esos otros incendios que volvieron a incinerar el puerto, sede de la legislatura, cuyo nombre, ‘Valparaíso’, evoca anhelos de redención? Todos conocemos también el simbolismo de las redenciones y purificaciones por fuego, del fuego como agente iluminador. Para no hablar del rol de la hoguera como castigo en nuestra tradición.
¿Sería que con todo aquello la madre tierra ironizaba a costa de la madre patria?
Si pensamos como piensan otras culturas, como la tradicional china, la aymara o la mapuche, ello sin duda fue así. En su pensamiento, el cielo (hablo del cielo raso del mundo, aquél con astros, nubes y vientos, y no del cielo de afuera, el transcedente) y la tierra con todas sus cosas, formaciones y criaturas, también nos reportan, escriben, hablan y traen noticias. No sólo los libros, tablets, filmes, diarios, revistas y noticieros. El cielo y la tierra lo hacen también.
El entorno exterior (el cosmos semántico) nos trae admoniciones, avisos, revelaciones, etc. que vienen en tonos diversos, desde imperioso hasta burlón o consolador. Su efecto es mantener la mente expandida, ancha y multidimensional. Y eso a permanencia, como receta médica para dolencia crónica. Porque los males del pensamiento que esas extrañadas redes neuronales evitan suelen ser crónicos también.
Todo aquello oficia como baluarte contra otro tipo de aluviones. Aluviones de sedimentos mentales. Subrepticios sepultureros del pensamiento, llegan en puntas de pies a tirarnos encima discretas paladitas tras paladitas de barro y escoria. A días de haber nacido ya habremos recibido unas cuantas. Y así, por toda la vida.
Esos lodazales mentales, a poco que se nos deje pensando solos y sin nada que nos despercuda, rapidito se sedimentan y van formando bancos de arena. Sin apercibirnos siquiera, le van reduciendo calado a nuestras capacidades pensantes. Hasta irnos dejando el pensamiento del calado de un pontón a balsa propulsada por pértiga.
El antídoto del que disponen esas otras culturas es apoyarse en la semántica de la naturaleza, para extrañar su pensamiento. Mandarlo al extrañamiento, sacarlo a pensar a extramuros, hacerlo transgredir los límites del neocortex pensante para salir a atar cabos endógenos con cabos forasteros. Pues piensan esas otras culturas que nada en el mundo puede pensar por sí solo y pensar profundo, pensar lato, y pensar bien. Ni organismo, ni especie, ni entorno, ni persona, ni familia, ni ciudad ni país. Por lo tanto esas culturas se esmeran en pensar en compañía de todas esas otras esferas pensantes, las que su vez, piensan con ellas.
La cultura china tradicional, dentro de la cual Mencio pensaba, era una de esas culturas. ¿Estará ya tan muerta como su tocaya, nuestra incinerada reserva de la biosfera, esa manera china de abordar el pensamiento, como por ahí y allá se insinúa?
Puede que no. Pensemos, por ejemplo, que para el pensamiento tradicional chino el otoño, la estación que comienza en marzo en nuestra parte del mundo, es la estación de las revisiones y ajustes de cuentas, de la punición y el castigo. Piensan así los chinos porque (aquí es dónde extramuran su pensamiento) el otoño es la estación de la cosecha. Es decir el momento de cosechar lo que cada cual, cada estamento, desde el individuo por su cuenta hasta el país entero, ha sembrado. Y si se siembra lodo se cosecha aluviones.
Pues bien, fue justo alrededor del debut del otoño que se empezó a poner en tela de juicio en nuestro país la probidad de la política y del dinero, y vinieron tanto aluvión y tanto fuego a taparnos ciudades y aldeas de barro y a quemarnos bosques, redimirnos puertos y extramurarnos los pensamientos.
©Enzo Cozzi - derechos reservados. Microensayo registrado en SafeCreative el martes 16 de febrero de 2016, 12:14